Con la conquista española en 1521, no solo se establecen normas jurídicas y sociales de carácter europeo sino también prácticas culturales como el arte, tal es el caso de la danza que, junto con la música, fueron rápidamente asimilados por los indígenas dando pie a un arte mestizo de gran riqueza y significación.
El arte de la danza consiste en mover el cuerpo guardando una relación consciente con el espacio e impregnando de significación el acto o acción que los movimientos “desatan”. (Dallal, 1988: 12) Así, en la danza es posible leer como en las páginas de un libro, la historia, las costumbres y las tradiciones propias de una época y contexto determinados. Se dice que quien danza le da significación a ese acto y no a la inversa, lo cual permite el desarrollo de variantes dancísticas que desembocan en nuevos géneros y que están determinados por el contexto de quien realiza el acto de danzar. Tal es el caso de las danzas coloniales que expresan toda la influencia de los movimientos de moda en Europa y su asimilación, transformación e invención simbólica en el contexto de la Nueva España, hay que recordar bailes como el jarabe que fueron prohibidos por las autoridades eclesiásticas precisamente por sus movimientos y que sin embargo se mantendrían hasta convertirse en bailes nacionales.
Podemos encontrar en la literatura innumerables referencias entorno a la danza durante el período colonial, desde el siglo XVI hasta principios del siglo XIX. Dada la amplitud del tema y de las fuentes literarias, en éste ensayo se presentan algunas referencias literarias con el objetivo de conocer esta manifestación artística.
1. La literatura como reflejo de la realidad y del imaginario colectivo en torno a las danzas novohispanas
La literatura es un medio de expresión no solo de la realidad social de una época determinada sino también de ideales y arquetipos que aparecen en el imaginario colectivo y que ofrecen pistas para comprender el desarrollo cultural de un grupo social particular, en ese sentido, es doble la aportación que la literatura proporciona: por un lado, el conocimiento de la forma y el fondo de la obra per se como disciplina artística; y por otro lado, su capacidad de decir o nombrar “algo” (de interés multidisciplinar) que puede ser valioso en la indagación de un tema específico, ahí la importancia para aproximarnos a la danza desde las letras. Así, la literatura cuenta con una herramienta capaz de seguir con más o menos lujo de detalles —según el interés estético del autor— determinados acontecimientos: la narrativa.
Los cronistas de principios del siglo XVI escribían los hechos y acontecimientos que observaban en su andar por tierras lejanas y extrañas, en esos valiosos documentos históricos podemos encontrar innumerables referencias a la danza, tanto la prehispánica ya existente como la que fue introducida.
Con el establecimiento cada vez más formal y estable de autoridades civiles y religiosas, la literatura del siglo XVII y XVIII continúa con su afán de narrar hechos —entre ellos los dancísticos— que van cobrando mayor riqueza y complejidad en la medida en que se asimilaban los nuevos elementos españoles.
El inicio del siglo XIX es particularmente interesante por la aparición de nuevas formas culturales y artísticas que se alejaban de la tradición renacentista y barroca que imperaba durante los primeros años de la conquista, lo que va a mostrar la literatura decimonónica es la presencia simultánea del inicio de una fuerte influencia europea —principalmente de Francia, España, Italia y Alemania— en las clases altas o dirigentes en la Nueva España y la conservación de ciertas prácticas de carácter eminentemente barroco en las celebraciones populares tanto religiosas como profanas.
Si bien es cierto que no es posible atribuir a la literatura un papel de fuente referencial que nos permita conocer la realidad socio-cultural durante este período, sí proporciona elementos importantes que, una vez cotejados con las fuentes históricas nos permitiría tener una visión más clara y completa del arte de la danza en México.
2. Descripción de algunos bailes de origen europeo en la Nueva España
Antes de comentar algunas referencias literarias sobre la danza, expondré los principales bailes europeos que tuvieron presencia en la Nueva España sin pretender ser exhaustivo. Entre ellos están el basse dance, el saltarello, el minué, la pavana, el brandle, la gallarda, la allemanda, la contradanza y la cuadrilla.
El basse dance en compasillo y el saltarello en 6/8 eran bailes cortesanos del siglo XV que se caracterizaban por sus pasos sencillos que rememoraban los bailes medievales.
Figura 3. Fragmento de un base dance de Tielman Susato, 1551 (Schließ-Lischka, 1975: 306) |
El minué en compás de 3/4, con sus pasos valseados, mostraba la galantería de los bailarines. Según la costumbre de la época, la mujer debía expresar dignidad y gracia en sus movimientos mientras que el hombre la clase y gallardía contenida, pero en la Nueva España el minué se va a modificar al incorporar pasos vivos.
La pavana en compasillo es una danza surge hacia el siglo XVI, los bailarines forman una fila abanico y se colocan uno delante del otro, la música era solemne y se interpretaba con oboes, tambores y a veces cantos.
El branle escrito en compasillo, se caracteriza por sus movimientos de ronda, los bailarines se encadenaban de las manos formando un círculo o líneas, la pareja de adelante realizaba un paso y las demás las imitaban. El círculo se podía cerrar o abrir, o bien una pareja se separaba del círculo, bailaban sueltos y se incorporaban nuevamente a la cadena. Este baile influyó mucho en formas coreográficas de bailes populares posteriores.
Figura 4. Fragmento de un braule [branle] anónimo de 1530. (Fuente: Schließ-Lischka, 1975: 306) |
La gallarda en compasillo, con sus saltos, zapateados y movimientos de piernas hacia el frente (como puntapiés), era un baile más atrevido que los anteriores. Durante el baile el hombre asedia a la mujer y ella lo rechaza, el bailarín atravesaba el salón con su compañera y, suelto, bailaba en torno a ella. La mujer se alejaba bailando hasta el extremo opuesto, mientras él continuaba con el cortejo, este baile sienta los antecedentes del carácter gallardo y de cortejo de los bailes mestizos surgidos posteriormente.
La allemanda, también en compasillo es de origen alemán, los bailarines se formaban en filas de hombres y mujeres, el hombre que estaba en la punta iniciaba y, tomando a la mujer. Daba de dos a cuatro vueltas con paso de vals y continuaba así con el resto de las mujeres, dejando a cada una en su sitio. El segundo realizaba la misma acción y así sucesivamente hasta que todos habían pasado a bailar. Las filas dejaban un espacio que se denominaba “calle” para ejecutar las lucidas evoluciones.
Figura 5. Fragmento de una alemanda de Heandel. (Schließ-Lischka, 1975: 307) |
La contradanza, ejecutada en 2/4 era un baile más bien libre y colectivo. Los bailarines formaban ruedas, hombres y mujeres alternados con cambios de sitio, cruzamiento, cadenas, procesión (filas) y balanceos. Se podía bailar con un número ilimitado de parejas y era común dada la aglomeración, los codazos, tropiezos, caídas y encontronazos entre los participantes generando un ambiente chusco y festivo a la vez.
La cuadrilla, escrita en compasillo, deriva de la contradanza pero se ejecuta de forma más ordenada, con movimientos pausados y con una coreografía organizada y metódica. Cuatro u ocho parejas se colocan de cuatro en cuatro dejando espacio en el centro, las parejas se toman de la mano y se entrelazan alternadamente creando molinetes, arcos y canastas, cuando se hubieran realizado todas las figuras, el baile concluía. Algunas variantes de la cuadrilla como “a la escocesa” —muy difundida en el norte de la Nueva España— con sus molinetes, cadenas y balanceos y “a la española” con valseos lentos y suaves, la encontraremos siglos más adelante en diversos bailes nacionales. (Bárcena-Zabala-Vellido, 1994: 176-179; Schließ-Lischka, 1975: 306-313)
3. Algunos referentes dancísticos en la literatura novohispana
Junto al desarrollo de la danza, se desarrollará también la música, romances, villancicos y un sinnúmero de géneros bailables fueron ampliamente difundidos por toda la Nueva España (Orta Velázquez, 1970: 141) De esta forma, al referirnos a la danza debemos de pensar también en la música que acompañaba aquellos movimientos dancísticos.
Durante los siglos XVI al XVIII, son muchas las fuentes que refieren lo común que era en la Nueva España recibir a los religiosos con un camino que los flanqueaba hasta el convento, dichos caminos estaban delimitados con arcos triunfales profusamente decorados con flores y acompañando el recorrido con música y danzas que eran interpretadas con la indumentaria acorde a las grandes fiestas antiguas. (Ciudad Real, 1993: 13-14; Durán, 1985:759; Ajofrin, 1986: 54)
Destaca en la Nueva España el “son” como un gran conjunto de bailes producto del mestizaje cultural, un verdadero vocablo venerable en la historia del canto y la danza, (Stanford, 1984) y dentro de ese género destaca el jarabe.
Fernández de Lizardi en el capítulo XIII de su novela La Quijotita y su prima nos presenta una estampa literaria de los sones:
"Prudenciana no dejó de hacer su deber ni ocupó el asiento en balde, porque con permiso de sus padres bailó dos minuets y unas boleras diestramente. Querían los curiosos probarla en el vals; pero ella, bien enseñada por su padre, se excusó con que no sabía y todos se quedaron deseando verla bailar este son favorito del día, […] Se continuo bailando y como a las once de la noche, fatigados de valsear y contradanzar, comenzaron a bailar sonecitos del país; pero luego que bailaron uno que llamaban “El Dormido”, se levantó el coronel y se despidió con su familia, pretextando enfermedad y muchas ocupaciones al día siguiente." (Fernández de Lizardi, ¿: 112)
La cita anterior permite comprobar que a principios del siglo XIX, la coexistencia de varios estilos musicales era algo común en la sociedad de la época, por un lado los bailes de influencia europea y por otro los bailes mestizos. Un conocido romance decimonónico decía:
"Si can-can dice la orquesta
tapatío las jaranas,
y como que se tropiezan
en los aires con las danzas
que están tocando en un piano
junto al balcón las muchachas…" (Prieto, 1985: 102)
Otro de los sones que figuran durante éste período es el “jarabe”, este vocablo proviene etimológicamente del árabe xarab, que significa bebida. Sobre el uso del término “jarabe” para designar a este baile Niceto de Zamacois explica:
"Nadie ignora en este pícaro mundo, que el jarabe es esa bebida dulce y medicinal que confeccionan los boticarios hasta la consistencia del almíbar; y nada más propio que este nombre, al baile que en esta divina tierra se usa." (Escorza, 1990: 8)
El jarabe no solo se bailaba en verbenas religiosas, fiestas patronales de los pueblos, ferias patrióticas y festividades de santos y relacionadas con el campo o la cosecha (Jauregui, 1999: 55-59), sino que también se podían ver y escuchar sus zapateados en las pulquerías.
Dice Guillermo Prieto en su obra Memorias de mis tiempos:
"Algunas pulquerías quedaron a las orillas de la población y a sus puertas se vendían enchiladas, envueltos, quesadillas y carnitas con salsa picante. Pero la pulquería de rumbo y de tueno se instaló en los suburbios […] A dos varas de distancia de la pared de fondo, y dando el frente a la galera, se ostentaba soberbia una hilera de tinas de pulque antostas abajo, anchas arriba, de más de dos varas de altura, pintadas exteriormente de colores chillantes y unos rubros que ponían de punta los pelos, como “la no me estires”, “el valiente”, “la currutaca”, “el bonito”, etcétera. Solía haber en lugar determinado un músico de arpa que pespuntease “el dormido”, o “el jarabe colorado”, y entonces curiosos y bailadores formaban con sus cuerpos salón de baile." (Prieto, 1996: 27-28)
Efectivamente, el toque de color en las pulquerías lo daban las que grandes tinas llenas de pulque espumoso que, pintadas de amarillo, de colorado y de verde, mostraban letreros como “la valiente”, “la chillona”, “la bailadora” o “la petenera” que nos remite al tipo y calidad de los pulques, ahí se presentaba el baile, dice Manuel Payno en su novela Los Bandidos de Rio Frío:
"Cerca de las tinas, ocho o diez mujeres de zapato de raso, pierna pelada y enaguas anchas y almidonadas, cantaban y zapateaban un jarabe, alternando con versos picarescos, y los bandolones y el guitarrón, al acabar el estribillo, se hacían casi pedazos; risas, aplausos, cocheradas, palmoteos, gritos, cuantas formas de ruido se pueden hacer con las manos, tantas así salían del grupo difícil de penetrar que rodeaba a las bailadoras. […] Encarándose (alguien) con una bailarina, muchachona de no malos bigotes, se puso las manos tras la cintura y comenzó a pespuntear un jarabe que le valió los aplausos de la rueda, que se propagaron por toda la pulquería. Cuando los dos que formaban la pareja de jarabe, cansados y goteándoles por la figura el sudor, apenas podían mover los pies, la música cesó y los ciegos voltearon sus instrumentos, los colocaron junto a sus sillas y pidieron […] una jícara de pulque. Los ciegos en los fandangos populares, de México, son los bastoneros, y cuando se fastidian de tanto rasgar los bandolones, estos cesan de tocar, y no hay modo de volverlos al orden hasta que no han bebido o comido algo.” (Payno, 1997: 88-90)
Pero las prohibiciones por bailar el jarabe no se hicieron esperar y en una provincia mexicana en el siglo XVIII se emitió el siguiente edicto:
"Entre nuestros súbditos se va introduciendo, o por mejor decir, está ya introducida, la parte de las almas, y la ruina de la modestia y el pudor: los bailes…Especialmente bailes lascivos, llenos de abominación, indignan de nombrarse, por sus canciones y gestos, movimientos, horas y ocasiones en que se ejercen y frecuentan…Los que son peligrosos y pecaminosos como: la llorona, el rubí, la manta, el pan de manteca o de jarabe, las lanchas, el zape, la tirana, la poblanita, los temazcales y otros…por las coplas, los gestos y meneos…mandando a todos y cualquier persona de uno y otros sexo, vecinos, estantes y habitantes de esta ciudad que se abstengan de ellos…en accesos, zaguanes, en las calles o en el campo…
Y prometiendo vigilancia del señor corregidor y alcaldes ordinarios de esta ciudad y demás justicias reales que en cumplimiento de la obligación que les incumbe de extirpar estos abominaciones del pueblo contribuirán con su autoridad al remedio de tan grave daño…y para que llegue la noticia a todos, y no tengan pretexto, se fijará este edicto en los sitios que más convenga…a veintiséis días del mes de agosto de mil setecientos ochenta y dos." (García-Cadena, 1994: 90)
Y es que —según la jerga del habla popular— este tipo de bailes (incluidos los sones y jarabes) favorecían a los útiles el chonguear o contentarse con el caldo, sobre todo en las contradanzas y valses que se bailan de prisa y que entre la mucha polvareda —a decir de Lizardi— se esconden o disimulan palabras, citas, pellizcos, abrazos, besos, etcétera, que no sucede con la Allemanda por ser más pausados sus movimientos. Es Fernández de Lizardi en su novela El periquillo sarniento que explica esta situación:
"Ordinariamente estos mozos bailadores, o como les dicen, útiles, […] no llevan a un baile más que dos objetivos: divertirse y chonguear. Este chongueo no es más que sus seducciones y llanezas. […] Pero aún cuando encuentran con pedernal, quiero decir, cuando por fortuna las muchachas todas de un baile son juiciosas, honestas y recatadas, […] aún en este caso tan remoto hacen estos útiles su negocio. Siguen brincando y saltando muy serenos, contentándose con lo que ellos llaman caldo. Este caldo […] es el manoseo que tienen con vuestras hijas y mujeres, las licencias pasan mil veces de las manos a las bocas, convirtiéndose los manoseos claros en ósculos furtivos, que las manos escrupulosas no llevan a mal, y las que se llaman prudentes y honradas disimulan y sufren para evitar pendencias (peleas)." (Fernández de Lizardi, 1999: 106)
Así, el jarabe a pesar de sus detractores y sus muchos practicantes, se establece como un baile fundamental para entender el devenir socio-cultural de la futura nación independiente. Finalmente diremos que actualmente el jarabe que se baila en el Estado de Jalisco se compone de los sones o canciones denominados: “el atole” (con el que casi siempre comienza el baile), “el carbonero”, “el sombrero ancho”, “el ahualulco”, “la malhora”, “la guitacocha”, “el perico”, “los enanos”, “el romerito”, “el limoncito”, etcétera, concluyendo con “el palomo”, hoy sustituido por “la diana”.
A través de la literatura es posible conocer valiosa información sobre la danza novohispana, la gran riqueza de los ritmos provenientes de Europa junto con la expresión de los pueblos originarios, trajo consigo un arte mestizo de profunda significación social. Es importante hacer notar la coexistencia de diversas influencias culturales y por ende también dancísticas que modelaron el arte mestizo, que a la postre conformarían un símbolo de identidad nacional.
Bibliografía
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