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Muerte y utopía en "El cementerio marino" de Paul Valéry


La literatura no solo es el reflejo de la condición subjetiva del artista, sus ideales, locuras, emociones o indignaciones, sino que además se encuentra marcado por el contexto socio-cultural en el que la obra fue concebida. Es una manera de pronunciar el mundo a través de la palabra, a veces con la crudeza de la realidad, luego en la efímera frontera de lo onírico, luego en el vasto terreno de lo imaginario…

Develar el misterio del mundo es precisamente la motivación fundamental del poeta de fines del siglo XIX, un misterio que se convierte de alguna manera en desciframiento del mundo sensible. Dichos intentos resultan ricos y creativos: de la evocación colorística en Vocales de Arthur Rimbaud, pasando por la imagen y la figura en Las flores del mal de Charles Baudelaire —obra fundamental dentro del período—. hasta llegar a las sonoridades en Igitur de Stephane Mallarmé, en todos los casos el poeta simbolista intenta agotar las posibilidades sensibles del mundo, todas le brindan herramientas hacia un nuevo pathos de la palabra.

Francia venía de una participación activa en la Primera Guerra Mundial de 1914 formando parte de la Triple Entente. Entre los horrores de la guerra y los movimientos geopolíticos derivados de ella, situaremos a Paul Valéry, inmerso en un mundo que está dado y que, sin embargo, el poeta lo intenta comprender no como un acto racional sino como una necesidad ontológica, es decir, como algo que lo constituye como ser humano. Las contradicciones son evidentes: por un lado, el descollante desarrollo del conocimiento y las ciencias humanas; por otro, la violencia, la muerte y la diáspora producto de la guerra. El artista pensaba: si tal estado de cosas habían desencadenado una guerra, ¿hacia dónde había que caminar, que futuro se podía vislumbrar? Adquiere lógica, entonces, la negación del artista hacia los cánones establecidos como lo vemos con Jean Moréas quien en su Manifiesto se pronunciaba como “enemigo de la enseñanza, la declamación, la falsa sensibilidad y la descripción objetiva”.

En ese contexto, una de las obras cumbres de Paul Valéry es El cementerio marino. El objetivo de este trabajo es desarrollar de manera un tanto libre, algunas reflexiones en torno a esta obra, fundamental para la literatura universal.


I
Ambroise Paul-Toussaint-Jules Valéry nació en Setè, París, el 30 de octubre de 1871. Tal parece que la literatura lo acompañó desde temprana edad ya que tras realizar sus estudios secundarios en Montpellier e iniciar la carrera de derecho en 1889, publica sus primeros versos, fuertemente influidos por la estética simbolista dominante en la época. Posteriormente en 1894 se instaló en París donde trabajó como redactor en el Ministerio de Guerra.

Al finalizar la Primera Guerra Mundial, Valéry se convirtió en una suerte de “poeta oficial” del Estado, fue inmensamente celebrado al punto de ser aceptado en la Academia francesa en 1925. Posteriormente, tras la ocupación alemana —en la que se rehusó a colaborar—, perdió su puesto como administrador del centro universitario de Niza.

Su obra poética —cargada de una fuerte influencia de Stéphane Mallarmé— es considerada una de las piedras angulares de la poesía pura, con un fuerte contenido intelectual y esteticista. Valéry logra conciliar la creatividad estética con la perfección de la forma, llegará a decir en algún momento que “todo poema que no tenga la precisión de la prosa no vale nada”. Estas palabras hacen evidente la necesidad del poeta por explorar nuevos lenguajes y posibilidades expresivas.

A lo largo de su vasta producción literaria, abordó con igual habilidad tanto la poesía como el ensayo prácticamente hasta su muerte, acaecida el 20 de julio de 1945, pocas semanas después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Más de sesenta años después de su muerte, la publicación de sus 150 poemas agrupados en el libro Corona y Coronilla han modificado fundamentalmente la imagen del poeta. 


II
El Cementerio Marino de Paul Valéry es un extenso poema escrito en 1920, se trata de una de las obras cumbres del autor por su belleza, perfección técnica y universalidad en las ideas que ahí se abordan. 

El poema se desarrolla en tres momentos emocionales: un ambiente oscuro y melancólico al principio, otro de cuestionamiento y de esperanza al final. 

En el primer momento, se nos muestra un espacio melancólico a través de metáforas paisajísticas, naturalistas y emocionales: confluyen la continuidad del mar, la vivacidad de las palomas, la humanización de los dioses y la personificación de la ausencia:

“Cuando sobre el abismo un sol reposa,
trabajos puros de una eterna causa,
el Tiempo riela y es Sueño la ciencia.”

La sentencia inicial que toma Valéry del poeta antiguo Píndaro nos da la pauta del desarrollo del poema más no del tema en sí: “¡Oh! alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota toda la extensión de lo posible”. La noción de inmortalidad aparece en el poema más como asombro ante las cosas existentes que como un fin objetivo que se puede aprehender. El poeta capta esto gracias a la agudeza del sentido encontrando elementos que configuraran más adelante el tema principal y en el que logra momentos poéticos muy luminosos:

“Como en deleite el fruto se deslíe,
como en delicia truécase su ausencia
en una boca en que su forma muere,
mi futura humareda aquí yo sorbo,
y al alma consumida el cielo canta
la mudanza en rumor de las orillas.”

En un segundo momento del poema, después de la descripción del paisaje se hace presente el hombre situado, no observante solamente, caminando —como dice Valéry— entre las casas de los muertos, añorando a los ausentes y exclamando que “la vida es vasta estando ebrio de ausencia”. Esa vaciedad del hombre ante un mundo destruido será una constante en todo el poema.

Sabes, falso cautivo de follajes,
golfo devorador de enjutas rejas,
en mis cerrados ojos, deslumbrantes
secretos, ¿qué cuerpo hálame a su término
y qué frente lo gana a esta tierra ósea?
Una chispa allí pienso en mis ausentes.

Para Valéry la idea central del poema radica en que la muerte inunda la tierra como un mar infinito; encima de ella, la claridad de la luz del mediodía no resulta opuesta sino complementaria, conciliando ambas partes en un todo. Representa el vislumbre de claridad de ideas en un mundo bajo la sombra de la muerte. La duda y el arrepentimiento humanos, causados por el clima de muerte, se asumen como propios.

“Agudos gritos de exaltadas jóvenes,
ojos, dientes, humedecidos párpados,
el hechicero seno que se arriesga,
la sangre viva en labios que se rinden,
los dedos que defienden dones últimos,
¡va todo bajo tierra y entra al juego!”

De la descripción del contexto, al lugar que ocupa el hombre en el mundo, Valéry lanza un contundente cuestionamiento contra el hombre y su pasividad ante esos hechos, moviéndolo a la acción: esto constituye el tercer momento del poema. Se pregunta si aquel hombre espera que suceda algo más para tomar la decisión de cambiar las cosas, y si espera algo, que sería eso en realidad.

El final exalta la acción del hombre sobre el mundo a través de una continuada exclamación de emociones, retoma el elemento paisajístico pero ahora con una fuerza y poder inusitados hasta ese momento en el  poema. Valéry consigue redondear de manera magistral la obra partiendo del elemento natural, primero en un sentido sombrío y pasivo y después claro y cargado de fuerza.

"¡Se alza el viento!... ¡Tratemos de vivir!
¡Cierra y abre mi libro el aire inmenso,
brota audaz la ola en polvo de las rocas!
¡Volad páginas todas deslumbradas!
¡Olas, romped con vuestra agua gozosa
calmo techo que foques merodean!"

Así concluye el poema El cementerio marino de Paul Valéry. Me parece que el autor logra describir el estado de desolación producto de un mundo convulso por la guerra, pero a su vez plantea que otro mundo es posible, logrando con ello que la idea, hasta ese momento redundante por el marco contextual, se proyecte a muchos caminos de posibilidad. 
El infinito mar de muerte deviene en un mar igualmente infinito de posibilidades, estamos ante la inversión de una misma idea gracias al ingenio del poeta.

Haciendo una valoración general del poema podemos identificar que el tema que plantea Valéry es una emoción humana recurrente a través de la historia: el estado de indefensión del hombre ante el mundo y su posible superación; eso eleva al poema al rango de universalidad. Nosotros como lectores nos identificamos con el tema y hacemos propio el sentimiento del poeta. Esa es, en última instancia, el objetivo del movimiento simbolista y por ende la de El cementerio marino de Paul Valéry.


*     *     *

¡Oh! alma mía, no aspires a la vida inmortal,
pero agota toda la extensión de lo posible.
Pindaro, Píticas III.

Calmo techo surcado de palomas,
palpita entre los pinos y las tumbas;
mediodía puntual arma sus fuegos
¡El mar, el mar siempre recomenzado!
¡Qué regalo después de un pensamiento
ver moroso la calma de los dioses!
¡Qué obra pura consume de relámpagos
vario diamante de invisible espuma,
y cuánta paz parece concebirse!
Cuando sobre el abismo un sol reposa,
trabajos puros de una eterna causa,
el Tiempo riela y es Sueño la ciencia.
Tesoro estable, templo de Minerva,
quietud masiva y visible reserva;
agua parpadeante, Ojo que en ti guardas
tanto sueño bajo un velo de llamas,
¡silencio mío!... ¡Edificio en el alma,
mas lleno de mil tejas de oro. Techo!

Templo del Tiempo, que un suspiro cifra,
subo a ese punto puro y me acostumbro
de mi mirar marino todo envuelto;
tal a los dioses mi suprema ofrenda,
el destellar sereno va sembrando
soberano desdén sobre la altura.

Como en deleite el fruto se deslíe,
como en delicia truécase su ausencia
en una boca en que su forma muere,
mi futura humareda aquí yo sorbo,
y al alma consumida el cielo canta
la mudanza en rumor de las orillas.

¡Bello cielo real, mírame que cambio!
Después de tanto orgullo, y de tanto
extraño ocio, mas pleno de poderes,
a ese brillante espacio me abandono,
sobre casas de muertos va mi sombra
que a su frágil moverse me acostumbra.
A teas del solsticio expuesta el alma,
sosteniéndote estoy, ¡oh admirable
justicia de la luz de crudas armas!
Pura te tomo a tu lugar primero:
¡mírate!... Devolver la luz supone
taciturna mitad sumida en sombra.

Para mí solo, a mí solo, en mí mismo,
un corazón, en fuentes del poema,
entre el vacío y el suceso puro,
de mi íntima grandeza el eco aguardo,
cisterna amarga, oscura y resonante,
¡hueco en el alma, son siempre futuro!

Sabes, falso cautivo de follajes,
golfo devorador de enjutas rejas,
en mis cerrados ojos, deslumbrantes
secretos, ¿qué cuerpo hálame a su término
y qué frente lo gana a esta tierra ósea?
Una chispa allí pienso en mis ausentes.

Sacro, pleno de un fuego sin materia;
ofrecido a la luz terrestre trozo,
me place este lugar alto de teas,
hecho de oro, piedra, árboles oscuros,
mármol temblando sobre tantas sombras;
¡allí la mar leal duerme en mis tumbas!

¡Al idólatra aparta, perra espléndida!
Cuando con sonrisa de pastor, solo,
apaciento carneros misteriosos,
rebaño blanco de mis quietas tumbas,
¡las discretas palomas de allí aléjalas,
los vanos sueños y ángeles curiosos!

Llegado aquí pereza es el futuro,
rasca la sequedad nítido insecto;
todo ardido, deshecho, recibido
en quién sabe qué esencia rigurosa...
La vida es vasta estando ebrio de ausencia,
y dulce el amargor, claro el espíritu.

Los muertos se hallan bien en esta tierra
cuyo misterio seca y los abriga.
Encima el Mediodía reposando
se piensa y a sí mismo se concilia...
Testa cabal, diadema irreprochable,
yo soy en tu interior secreto cambio.

¡A tus temores, sólo yo domino!
Mis arrepentimientos y mis dudas,
son el efecto de tu gran diamante...
Pero en su noche grávida de mármoles,
en la raíz del árbol, vago pueblo
ha asumido tu causa lentamente.

En una densa ausencia se han disuelto,
roja arcilla absorbió la blanca especie,
¡la gracia de vivir pasó a las flores!
¿Dónde del muerto frases familiares,
el arte personal, el alma propia?
En la fuente del llanto larvas hilan.

Agudos gritos de exaltadas jóvenes,
ojos, dientes, humedecidos párpados,
el hechicero seno que se arriesga,
la sangre viva en labios que se rinden,
los dedos que defienden dones últimos,
¡va todo bajo tierra y entra al juego!

Y tú, gran alma, ¿un sueño acaso esperas
libre ya de colores del engaño
que al ojo camal fingen onda y oro?
¿Cuando seas vapor tendrás el canto?
¡Ve! ¡Todo huye! Mi presencia es porosa,
¡la sagrada impaciencia también muere!

¡Magra inmortalidad negra y dorada,
consoladora de horroroso lauro
que maternal seno haces de la muerte,
el bello engaño y la piadosa argucia!
¡Quién no conoce, quién no los rechaza,
al hueco cráneo y a la risa eterna!

deshabitadas testas, hondos padres,
que bajo el peso de tantas paladas,
sois la tierra y mezcláis nuestras pisadas,
el roedor gusano irrebatible
para vosotros no es que bajo tablas
dormís, ¡de vida vive y no me deja!

¿Amor quizás u odio de mí mismo?
¡Tan cerca tengo su secreto diente
que cualquier nombre puede convenirle!
¡Qué importa! ¡Mira, quiere, piensa, toca!
¡Agrádale mi carne, aun en mi lecho,
de este viviente vivo de ser suyo!

¡Zenón! ¡Cruel Zenón! ¡Zenón de Elea!
¡Me has traspasado con tu flecha alada
que vibra, vuela y no obstante no vuela!
¡Su son me engendra y mátame la flecha!
¡Ah! el sol... ¡Y qué sombra de tortuga
para el alma, veloz y quieto Aquiles!

¡No! ¡No!... ¡De pie! ¡En la era sucesiva!
¡Cuerpo mío, esta forma absorta quiebra!
¡Pecho mío, el naciente viento bebe!
Una frescura que la mar exhala,
ríndeme el alma... ¡Oh vigor salado!
¡Ganemos la onda en rebotar viviente!

¡Sí! Inmenso mar dotado de delirios,
piel de pantera, clámide horadada
por los mil y mil ídolos solares,
hidra absoluta, ebria de carne azul,
que te muerdes la cola destellante
en un tumulto símil al silencio.

¡Se alza el viento!... ¡Tratemos de vivir!
¡Cierra y abre mi libro el aire inmenso,
brota audaz la ola en polvo de las rocas!
¡Volad páginas todas deslumbradas!
¡Olas, romped con vuestra agua gozosa
calmo techo que foques merodean!

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