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"Las Hurdes, tierra sin pan" de Luis Buñuel: la muerte como impulso vital

Las Hurdes, tierra sin pan (1933) del reconocido director español Luis Buñuel (1900-1983), es un breve documental mudo (luego sonorizado en 1935), tercera obra de su etapa en España que está  inspirado en “Las Jurdes: étude de géographie humanie” (1927) de Maurice Legendre. A través de un interesante contraste entre la crudeza de la historia y el tratamiento estético de lo filmado, Buñuel desarrolla en momentos un surrealismo poco ortodoxo al retratar la vida cotidiana de Las Hurdes, en las que el aislamiento geográfico, el atraso cultural, la pobreza y la enfermedad son la cotidianidad de sus habitantes. La constante presencia de la muerte será lo que impulse a la población a sobrevivir dentro de un ambiente adverso.

El poblado casi feudal de La Alberca, constituye un primer acercamiento a la región y sus costumbres: una fiesta nupcial reúne al pueblo en torno a la plaza principal, el objetivo es arrancar la cabeza de un gallo que pende de una cuerda a mitad de la plaza, el pueblo flanquea el camino por el que pasarán los novios montados a caballo para obtener el preciado trofeo.

En una región montañosa, estéril e inhóspita de Extremadura se levantan Las Hurdes, un conjunto de 52 aldeas con 8,000 habitantes que se ubica a 100 km de Salamanca. El valle de las Batuecas es un asentamiento pobre por el que pasa un arroyo sucio, única fuente de agua de la población; su convento carmelita deshabitado, sus escasos nogales, cerezos y olivos, las víboras y lagartos que abundan en el lugar, enfatizan lo estéril de la región.

En la Aldea de Martín Adrián el bocio aqueja a la mayoría de la población, se alimentan de patatas, alubias y cerdo, la leche de cabra (privilegio de los enfermos) se consume con pan que les han donado del exterior, la carne de cabra se consume cuando alguna de ellas se despeña y muere. Su industria se basa en la avicultura y la producción de una miel amarga al provenir de la flor de brezo, en primavera las colmenas se llevan a Castilla para su venta. La escena del burro que transporta las colmenas y es atacado por abejas es una de las más emblemáticas del documental.

Durante los meses de mayo y junio se agrava la disentería por alimentarse de cerezas inmaduras; es también la época en la que los hombres, entre treinta y cincuenta, emigran a Castilla y Andalucia en busca de trabajo, la mayoría de ellos no lo conseguirá para regresar en peores condiciones de las que han salido. Sus tierras estériles los obliga a sembrar con la técnica de terrazas: cerca del río se aplana y limpia de maleza un área, un muro de piedra sin argamasa sirve de dique para proteger el terreno de las crecidas del río, la montaña provee la tierra mientras que de su cumbre obtienen el preciado abono del árbol de madroño que servirá para la siembra y que debe transportarse en costales hasta la terraza. El período de lluvias trae consigo el paludismo; la falta de higiene, la escasez de alimento y el incesto produce enanismo y cretinismo. La muerte de un niño en la aldea reúne a las personas en torno a la casa de la familia, el niño vestido de blanco es colocado sobre una artesa de madera y trasladado por veredas montañosas y ríos hasta llegar al cementerio de Nuño Moral, ubicado a varios kilómetros de la aldea. Buñuel nos ofrece una interesante y expresiva escena con tomas fijas, paneos y picados que se centran en el niño que parece flotar en aquel paisaje agreste.

Por las noches se escucha a una anciana pregonar por las calles: “nada puede alentar más nuestra alma que el pensar siempre en la muerte, reza un Ave María por el alma de...”, estas palabras expresarán el sentido de todo el documental.

Luis Buñuel, preciso en el encuadre de los ambientes y acciones de los protagonistas, retrata con crudo realismo la vida de Las Hurdes y al mismo tiempo consigue en el espectador un impacto emocional y moral en escenas de claro surrealismo: el burro y las abejas en el documental recuerdan a Un chien andalou (1929); mientras que la escena del funeral del infante, parece dotar de movimiento al niño muerto gracias a la acción de la comunidad, con el ambiente natural y el paisaje como fondo de lo ineludible.

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