― ¿Qué es? ―me dijo
― ¿Qué es qué? ―le pregunté
― Eso, el ruido ese.
― Es el silencio.
(“Luvina”, Juan Rulfo)
Escuchar una campana, un trueno, las voces en una conversación, una máquina en funcionamiento, el canto de un pájaro o las notas de un instrumento musical, son hechos cotidianos para nosotros, sin embargo, pocas veces prestamos atención a ese universo sonoro. Inaprehensible, emocional y efímero, el sonido se mueve entre lo físico y lo cultural, entre el ruido y la música, con una capacidad para generar sensación, acción y pensamiento. En este breve recorrido abordaremos algunas de sus cualidades físicas y reflexionaremos sobre su importancia cultural.
En Acústica el sonido se define como un “movimiento ondulatorio de la materia” (Kleiber; Karsten, 1923: 232) en el que un objeto sonoro vibra y propaga su movimiento a través de un medio (sólido, líquido o gaseoso) hasta el oído humano que traducirá dichas vibraciones como sonidos.
El sonido tiene tres cualidades principales: frecuencia, intensidad y timbre. La frecuencia (o tono) “es la cualidad que nos hace distinguir un sonido agudo de uno grave [y] (…) se debe al número de vibraciones que ejecuta un cuerpo sonoro en un segundo.” (Moncada García, 1995: 16). Como tal, la frecuencia o tono de los sonidos hace posible la construcción de melodías y armonías, usando frecuencias que aumentan o disminuyen y que reciben diferentes nombres según la convención cultural.
La intensidad “es la cualidad que nos hace distinguir un sonido fuerte de un sonido suave [y] (…) se debe a la amplitud de las vibraciones” (Moncada García: 1995: 17). El grado de intensidad con el que se produce un sonido se mezcla con las frecuencias para crear interesantes atmósferas: desde suaves pasajes como en el "Preludio a la siesta de un fauno" de Claude Debussy, hasta pasajes de intensidad fuerte como en ciertos momentos de “La consagración de la primavera” de Igor Stravinsky. En algunos casos la intensidad del sonido aumenta a medida que avanza la obra, tal es el caso de “Una noche en la árida montaña” de Modest Mussorgsky. Además, a partir de sus cualidades en su construcción cada instrumento tiene un rango particular de intensidad sonora: desde los instrumentos de sonido suave como la guitarra, hasta los sonidos fuertes de un gran órgano tubular, todos ellos son idóneos para expresar diferentes ideas y emociones musicales que el compositor sabe aprovechar.
El timbre “es la cualidad que nos hace distinguir diferentes instrumentos y órganos de producción del sonido [y] (…) se debe a la forma de las vibraciones, originadas por los sonidos armónicos” (Moncada García, 1995: 17). Supongamos que una flauta y un violín emiten un sonido de igual frecuencia e intensidad, a pesar de ello, podemos distinguir con claridad ambos instrumentos: esto se debe a la cualidad del timbre. Al emitir un sonido, el instrumento produce un determinado número de vibraciones fraccionarias llamados “armónicos” que lo hace diferente de otro instrumento.
Independientemente del fenómeno físico, el sonido nos invita a la imaginación, la emoción y el pensamiento:
“Nuestra vida cotidiana está constantemente inmersa en un mundo de vibraciones, en una invisible nebulosa sonora. (...)Más aún que la luz y que los estímulos visuales, la existencia humana está enmarcada por sonidos de la más heterogénea y variada procedencia (…) que hacen que nuestro ciclo vital sea una sucesión constante de sugerencias auditivas.” (Valls Gorina, 1970: 19)
El sonido comunica a través de un emisor (un objeto sonoro que se ponga en vibración), un medio (en elemento sólido, líquido o gaseoso que permita que las vibraciones se propaguen) y un receptor (alguien que perciba dichas vibraciones). Los sonidos de la naturaleza los significamos al otorgarle un valor: basta escuchar el canto de las aves, la caída de agua en una cascada o el de las hojas moviéndose por acción del viento, estos hechos sonoros son dados por la naturaleza pero somos nosotros los que lo apreciamos como algo bello o agradable; sucede algo similar con los objetos culturales: los objetos creados por el hombre, incluyendo los instrumentos musicales, se elaboran con usos rituales, religiosos, sociales, educativos, estéticos, prácticos, lúdicos, etcétera. Los sonidos que producen los objetos cotidianos en nuestro entorno los identificamos fácilmente, ¿quien no ha reconocido una puerta que se abre, las llaves de algún familiar, la voz de una persona conocida?, esto se debe a que los sonidos son también culturales y nos remiten a cualidades, objetos e ideas conocidas. Escuchar el sonido siempre será una tarea activa que nos recuerda que hemos hecho culturalmente, pero al mismo tiempo nos invita a imaginar sobre aquello que puede llegar a ser.
Referencias
Kleiber, J., Karsten, B. Tratado popular de física. Gustavo Gil Editor. Barcelona, 1923.
Valls Gorina, Manuel. Aproximación a la música. Reflexiones en torno al hecho musical. Salvat Editores. España, 1970.
Moncada García, Francisco. Teoría de la música. Ediciones Ricordi. México, 1995.