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"Tacámbaro" de José Rubén Romero González (Reseña)

Romero González, José Rubén. Tacámbaro. Colección Clásicos Michoacanos. Gobierno del Estado de Michoacán. Secretaría de Cultura de Michoacán. México, 2013. 153 pp. ISBN 978-607-8201-27-3

Tacámbaro se presenta como un libro con 69 haikus de José Rubén Romero, acompañado de grabados de Artemio Rodriguez, sin embargo, es más preciso hablar de dos poéticas que, utilizando lenguajes diferentes —uno plástico y otro literario— dialogan y se complementan.

José Rubén Romero González (1890-1952) fue un escritor y diplomático michoacano, autor de novelas, ensayo y poesía. Entre las novelas que escribió están Apuntes de un lugareño (1932), El pueblo inocente (1934), La vida inútil de Pito Pérez (1938), Anticipación de la muerte (1939). Como cuentista escribió Cuentos rurales (1915) y Algunas cosillas de Pito Perez que se me quedaron en el tintero (1945). Su obra poética consta de los trabajos: Fantasías (1908), Rimas Bohemias (1912), Hojas marchitas (1912), La musa heroica (1915), La musa loca (1917), Sentimental (1919), Tacámbaro (1922) y Versos viejos (1930).
Artemio Rodriguez nació en 1972 en Tacámbaro, Michoacán. Inicia en el Taller Martín Pescador de Juan Nicanor Pascoe Pierce, de 1994 a 2007 reside en Los Ángeles y en Berckeley, California y funda La Mano Press (editorial, galería y taller). Su obra se encuentra en las colecciones de diversos museos de Los Ángeles, San Diego, Phoenix, Arizona, Chicago, Seattle, en Estados Unidos; en Puerto Rico y en Oaxaca, México.

Estos haikus de Rubén Romero, publicados por primera vez en 1922, abordan la cotidianidad del ambiente rural michoacano en sus vertientes de naturaleza, gentes, calendario rural y retablo familiar, cuatro aspectos que se desarrollan en los apartados del libro. No se apega a la estructura tradicional del haiku (tres versos de 5, 7 y 5 moras o sílabas), el kigo (que hace referencia a una época del año) y el kiru (yuxtaposición de dos ideas) no siempre están presentes, sin embargo, busca la rima consonante y asonante con distintas variantes (A-A, A-B-A, A-B-A-B, A-B-B-A), la exclamación continuada y los puntos suspensivos, el uso de la analogía y el contraste, siempre asociados a elementos de la vida cotidiana rural, son obras de gran expresividad no ajenas de cierta crítica social.

La dirección izquierda-derecha que seguimos en la lectura, nos coloca en primera instancia con el grabado y después con el haiku, uno complementa al otro estableciendo una relación estética.

Así como el haiku parece flotar en el vacío de la hoja, así la huella de los grabados al linóleo del artista Artemio Rodriguez destacan por su sencillez y claridad temática así como por su perfección técnica. Con una marcada influencia del Taller de Gráfica Popular (TGP) y una rica inspiración bicultural (México-EUA) debido a sus lugares de residencia y formación, Artemio Rodriguez nos ofrece una interpretación original en el tratamiento de los temas (El cementerio, El presidente municipal), la incorporación de filacterias (El médico, La frutera, El presidente municipal, El mesonero, El peón, Enero, Febrero, Mayo, Mi hermana), la composición diagonal y circular,  el predominio del negro (La serenata, El pozo, El cementerio), independientemente de las pautas que brinda el propio haiku.

En la sección El pueblo, integrado por 28 haikus y grabados, Rubén Romero sitúa el pueblo como lugar de nacimiento, principio primordial del espacio común donde convive la naturaleza, el hombre y sus creaciones: el guiño de la luna sobre el pozo, la iguana de jade, las mujeres-ninfas cerca del río, el círculo de la vida: amanecer y atardecer,  el trapiche como oxímoron del hombre y la plazuela como juicio social. En el grabado El cementerio, Artemio Rodriguez responde magistralmente al haiku de Rubén Romero: las raíces de los árboles parecen tocar al hombre que yace en la tumba, símbolo de la circularidad del tiempo, fin y principio vital.

En la sección Las gentes (22 haikus y grabados), se transita del oficio a la función social: en la caracterización con que se construye al personaje y su oficio, está también el papel que juega dentro de la sociedad. El valor de estos haikus está en su innegable actualidad que los eleva a una dimensión universal; en estos retratos costumbristas se recupera las intenciones humanas, los comportamientos y las formas de vida.

En la sección Calendario rural (12 haikus y grabados), se plantea una interesante simultaneidad temporal: el ciclo agrícola o de la naturaleza (La siembra [Marzo], La lluvia [Julio], La ciénega [Agosto], Las cosechas [Enero]), el ciclo religioso (Semana Santa [Abril], A la virgen [Mayo], La procesión [Junio], Los muertos [Noviembre], Pastorela [Diciembre]) y el ciclo profano (El carnaval [Febrero], Dieciséis [Septiembre], Día de campo [Octubre]). Los grabados de Artemio Rodriguez dialogan con los haikus: reinterpreta el tema central e incorpora ―mediante filacterias― frases hilarantes y exclamativas que, aunado a una gran perfección y complejidad técnica, enriquecen este conjunto temático en torno al calendario.

Finalmente, la sección Retrato familiar (7 haikus y grabados), centra su atención en la familia nuclear (Mi padre, Mi madre, Mi hermano, Mi hermana, Mi hijo), con un solo integrante de familia extensa (Tío Pancho) y un auto-retrato (Mi silueta). La adjetivación que hace Rubén Romero de los miembros de la familia, nutre de características y cualidades a los mismos: el padre ausente aunque rememorado en todo momento; la madre diligente; el hermano de buenos sentimientos; la hermana, esfinge-mujer; la imagen onírica del hijo; el tío adormilado. En su autorretrato titulado Mi silueta, Rubén Romero recurre a la pregunta retórica sobre la bondad y la maldad. Por otro lado, Artemio Rodriguez también opta por un autorretrato en el que se representa escribiendo sobre una mesa, lo acompañan sus libros, símbolo del conocimiento; a su costado derecho el ángel con su espada de la justicia (el bien) y a su costado izquierdo el diablo (el mal). La virtud en la mala práctica y la purificación en la destemplanza —como dice Rubén Romero en su haiku— deberán ser resueltos por el personaje central. Son grabados que van de la simplificación del espacio y de áreas puras, a la complejidad y minuciosidad en el detalle para representar el entramado de texturas y la decoración de elementos.

Tacámbaro resulta una interesante conjunción de talentos en el que es posible conocer el trabajo poético de José Rubén Romero González y, al mismo tiempo, disfrutar de la propuesta plástica del grabador Artemio Rodriguez. Sin duda ambos comparten intereses comunes respecto a la cultura michoacana, a pesar de la distancia del tiempo y los lenguajes artísticos que desarrollan ambos artistas.

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